
En adelanto van estos lugares: ya tienen su diosa coronada. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. En el suelo, amarrado de la pata del catre, estaba el cuerpo tendido de un gran danés negro de pecho nevado, y junto a él estaban las muletas. El cuarto sofocante y abigarrado que hacía al mismo tiempo de alcoba y laboratorio, empezaba a iluminarse apenas con el resplandor del amanecer en la ventana abierta, pero era luz bastante para reconocer de inmediato la autoridad de la muerte.
Allí tienes un oficio que aprender. Época la casa piso tercero, pero con el entresuelo y el principal resultaba quinto. Llamó Manuel y le abrió un viejo de ojos encarnados, el padre de Bernardo. La casa estaba todavía sin muebles; sólo había una mesa y unos cuantos cacharros en la cocina y en un pieza grande dos camas. Después de dar estas órdenes, dijo que le esperaban y se fué. Manuel el primer día se lo pasó en lo alto de una escalera sujetando los cristales con listas de plomo y los rotos con tiras de papel. Le costó mucho tiempo el arreglar los cristales; después Manuel colocó las cortinas y empapeló la galería con papel continuo de color azulado. No hacía absolutamente nada.