
Es una especie de angustia permanente. Un nudo en la garganta. Un hueco en el estómago. Te sientes solo.
Vestía su ropa verde y le faltaba una media, el par había quedado colgado en un arbusto de la finca cuando los secuestradores huyeron. Me hicieron pruebas de ADN para concomitar completamente la identidad de mi cachorro. Mi familia también reconoció su cuerpo. No hay peor sensación que oír que un hijo murió. Me preguntaba cómo había llegado hasta aquí, cómo me torturaban de una manera tan cruel. Un psiquiatra ingresó al pieza para intentar consolarme. Una misión inútil. El médico me lanzó otra explosivo. No había poder humano que me llevara a hacer eso; miraba el crucifijo con odio, con rabia.
Endeblez y miedo. Ese estado de derecho ha saltado hecho añicos con la ocupación. Saqueos, violencia e inseguridad ponen en peligro especialmente a las mujeres, que se ven expuestas a ataques y violaciones. Destrucción de infraestructuras. Las mujeres luchan por mantener a sus familias en medio de ese caos, ellas mismas acosadas por un desempleo vertiginoso, por pobreza, malnutrición y apretura de servicios sociales tales como colegios dignos y atención sanitaria adecuada. Explosión limitado a puestos de trabajo y a la educación. La violencia constante ha dejado confinadas a las mujeres y a sus hijos —particularmente a las niñas- en sus hogares.